A veces, pienso que la vida se empeña en ponerme obstáculos, como si quisiera ver hasta dónde puedo llegar antes de rendirme. No es fácil, para nada. A veces siento que el mundo se está riendo de mí, ¿sabes? Como si cada vez que estoy a punto de conseguir algo, aparece una nueva piedra en el camino. Y ahí estoy yo, otra vez, tropezando… pero nunca me caigo del todo.
Cuando era niño, me imaginaba a mí mismo siendo grande, triunfando en todo lo que hacía. Tenía estas metas enormes, como si fueran globos volando alto en el cielo, y yo estaba seguro de que solo tenía que estirar la mano para alcanzarlos. Pero la realidad… oh, la realidad es otra historia. Todo requiere más esfuerzo del que imaginaba, y lo peor es que a veces sientes que estás dando todo de ti, y no es suficiente.
Pero… no sé, hay algo en mí que no me deja parar. Es como si esa versión pequeña de mí, la que soñaba con esos globos, estuviera ahí, mirándome, esperando a que siga intentándolo. Y no quiero decepcionarlo. No quiero decepcionarme. Así que sigo. No sé si algún día llegaré a donde quiero estar, o si esos globos están demasiado altos, pero de alguna manera, sigo caminando.
Porque… si lo piensas bien, cada vez que tropiezo y me levanto, es una pequeña victoria, ¿no? Puede que no sea el gran triunfo que imaginaba, pero es mío. Y esas pequeñas victorias, esas que casi no se notan, son las que me mantienen en pie. A veces, ni siquiera me doy cuenta de ellas hasta que miro hacia atrás y pienso: ‘Oye, ya he avanzado mucho.’
Así que sí, me cuesta un montón, no te lo voy a negar. He pasado noches enteras dudando de mí mismo, y a veces amanezco cansado de tanto intentarlo. Pero al final del día, no se trata solo de llegar a la meta, sino de no perder las ganas de seguir corriendo. Porque, aunque tarde o temprano logre tocar esos globos, lo más importante será todo lo que aprendí en el camino, todo lo que me costó no rendirme.
Y, si lo piensas bien, eso ya es un triunfo, ¿no?