Viajar solo… es una mezcla rara. Al principio, todo es emocionante, ¿sabes? Esa sensación de libertad total, de no tener que adaptarte a nadie más. Vas a tu ritmo, decides dónde ir, cuánto tiempo quedarte, qué comer… suena perfecto. Pero, luego llega ese momento en que te detienes, miras a tu alrededor, y te das cuenta de que no hay nadie con quien compartirlo. Nadie con quien comentar lo increíble que fue ese paisaje o lo divertido que fue perderse en esas calles.
Y, entonces, te enfrentas a ti mismo. De verdad. Porque cuando viajas solo, no hay distracciones. Eres tú, tus pensamientos, y el mundo delante de ti. A veces, es genial. A veces, es aterrador. Pero, al final, descubres algo nuevo sobre ti mismo. Y quizá eso es lo que hace que valga la pena.