Ah, Tinder… esa maravillosa aplicación que te promete amor eterno con solo deslizar el dedo hacia la derecha. O a la izquierda. O bueno, ¿quién sabe? Porque aquí estoy, después de tres horas deslizando, y me siento como si hubiera estado en una sala de espera sin final. ¿A quién se le ocurrió que esto era buena idea?
Y luego llega… ¡el match! Esa pequeña dosis de dopamina que te hace sentir como si hubieras ganado algo. No mucho, pero algo. Es como una lotería emocional. Miras su foto… te das cuenta de que eligió la mejor luz posible, probablemente de hace cinco años y quién sabe cuántos filtros.
Entonces decides que ya es momento de actuar, porque ¿qué puede salir mal? “Hola”, le escribes. ¿Qué puede salir mal con un simple ‘hola’? Nada, ¿verdad? Es seguro, es básico. Pero claro, después de 10 minutos, ves que no responde. Y te preguntas, ¿acaso fue muy seco? ¿Demasiado genérico? ¿Debería haber hecho un chiste? Pero no puedes borrar el mensaje, ya está ahí.
Finalmente responde: “Hola, ¿cómo estás?” Ok, no está tan mal. Respondes con un “Bien, ¿y tú?” Y ahí empieza la conversación… si es que se puede llamar conversación. Es como un partido de ping-pong donde cada bola tarda años en volver. Y claro, los temas son los de siempre: el clima, el trabajo… todo superficial.
Pero decides arriesgar un poco más, porque hay que darle vida a esto, ¿no? Y sueltas algo tipo: “Oye, ¿qué prefieres? ¿Pizza con piña o sin piña?” Es un tema que genera debate, puede ser divertido. Ella tarda un rato… y cuando por fin llega la respuesta, es: “Me da igual.”
… ¡¿ME DA IGUAL?! ¿Cómo te va a dar igual la pizza con piña? ¡Es un tema que divide a la humanidad! ¡Esto es importante! Pero no, para ella es irrelevante. Y en ese momento te das cuenta… esta conversación está condenada al fracaso.
Pero, como buen optimista que soy, intento darle una última oportunidad: “Ok, ¿película favorita?” Porque claro, ahí es donde podemos conectarnos, donde el alma puede revelarse. Y responde: “No veo muchas películas, pero no sé, tal vez El diario de Noah“.
Y ahí lo tienes. Esa es la señal. Todo acaba ahí. Mi última esperanza, el hilo frágil que sostenía esta conversación, se rompe. Porque no es solo la elección de película… es la falta de chispa, de pasión, de… algo. Es como hablar con un chatbot.
Y entonces lo ves: el temido silencio. Ni siquiera es que te bloquea o te deja en visto. Simplemente desaparece. Como si nunca hubieras existido. Como si fueras una especie de fantasma digital en este vasto mundo de citas online.
Suspiras, miras la pantalla… y te preguntas, “¿Por qué sigo aquí?” Pero sabes que mañana, cuando menos te lo esperes, vas a deslizar otra vez, a lanzarte al abismo, esperando… quizás… solo quizás, que esta vez… ¡esta vez sea diferente!