¿No les ha pasado que un día están en la sala de su casa, se levantan decididos, caminando con propósito, y de repente… se quedan parados frente al refrigerador sin tener la más mínima idea de qué estaban buscando? Es como si, en ese momento, tu cerebro dijera: “Eh… buena suerte resolviendo este misterio, porque yo me retiro”.
Y claro, ahí te quedas, con la puerta abierta, mirando la nada, esperando que un litro de leche te recuerde qué demonios estabas haciendo.
Eso… es ser humano.
Nos enseñan desde pequeños que tenemos que ser eficientes, productivos, que siempre debemos tener el control de las cosas. Y mírenme a mí: anoche me dormí en el sofá con la computadora en el regazo, viendo videos de gatos que se caen de los muebles. ¡Eso sí que es aprovechar el tiempo!
A veces parece que todos a nuestro alrededor tienen su vida perfectamente en orden, ¿no? En las redes sociales, todo es sonrisas, atardeceres, y desayunos perfectamente balanceados. Pero… la realidad es que todos estamos un poquito rotos. Un poquito desorganizados.
¡Y está bien! Porque esa es la magia de ser humano. Estamos llenos de imperfecciones. Nos olvidamos de las cosas, cometemos errores, nos tropezamos… a veces, literalmente. ¿Alguna vez han tropezado con su propio pie? Yo sí. Me pasa más de lo que quiero admitir. ¡A veces siento que mis pies tienen planes secretos para destruirme!
Pero, ¿saben algo? Las imperfecciones nos conectan. No sé ustedes, pero yo no confío en la gente que nunca ha metido la pata. No puedo. Esa gente perfecta, que nunca ha dicho algo inapropiado en el peor momento o enviado un mensaje por error a la persona equivocada… esos son los verdaderos peligros, ¿no creen? ¡Son tan perfectos que seguro están ocultando algo!
La verdad es que cometemos errores porque estamos aprendiendo. Nos olvidamos de cosas porque nuestra mente está llena de mil detalles importantes, como recordar la contraseña del Wi-Fi o qué serie estamos viendo. Y esos errores, esas fallas, nos hacen más auténticos.
¿Y qué si no somos perfectos? No se supone que lo seamos. Ser un desastre a veces es parte del proceso. Y, si lo piensas bien, esas pequeñas imperfecciones son las que hacen la vida interesante. Porque al final del día, lo que realmente recordamos no son los momentos en los que todo salió perfecto, sino las veces que reímos por nuestras propias meteduras de pata.
Así que, la próxima vez que te encuentres parado frente a la nevera sin saber qué querías, o cuando tropieces con tu propio pie, solo recuerda: Estás perfectamente imperfecto. Y eso, amigo mío, es lo que te hace realmente humano.