¿Saben qué? Estoy harto de los consejos. Pero no de los buenos consejos, esos son útiles, claro. Estoy hablando de esos malos consejos que te dan con la mejor de las intenciones, pero que te arruinan la vida un poquito cada vez.
El otro día alguien me dijo: «Sigue tus sueños». Así, con una sonrisa que podría estar en una propaganda de seguros. «Sigue tus sueños». Y yo pensé: ¿Qué sueños? Los sueños son confusos. Hace dos noches soñé que me perseguía un perro gigante que hablaba francés. ¿Qué hago con eso? ¿Me cambio de carrera? ¿Me hago políglota o cuidador de perros? Nadie explica la parte en la que tienes que entender primero de qué demonios se tratan tus sueños.
Y luego está ese otro clásico: «Sé tú mismo». Uf, este es un gran favorito de la gente. Como si ser uno mismo fuera siempre una buena idea. ¿Han conocido a alguien que es demasiado él mismo? Esa gente que no tiene filtro, que dice lo primero que se le viene a la cabeza. «Ay, sí, yo soy muy honesto». Pues, sorpresa, a veces la honestidad no es lo que necesitamos. Hay momentos en los que sería mejor ser cualquier otra persona… ¡Menos tú mismo!
Otra joyita de consejo: «El tiempo lo cura todo». ¡Mentira! El tiempo no cura todo, solo te hace olvidar por un rato y luego, ¡pum!, te despiertas una mañana con el mismo problema, pero con más arrugas. El tiempo es como esa pomada que te dan para el dolor, que solo adormece la zona, pero no arregla nada en serio. ¿Por qué nadie te dice: “Haz algo con tu vida, porque si no, ese problemita va a volver y te va a morder donde más duele”?
Y ni hablar del famosísimo «Lo que pasa, conviene». ¿Conviene a quién? Porque a mí no me convino para nada que me dejaran plantado en la primera cita con alguien que parecía perfecto en Tinder. No sé si a los dioses del karma o del humor cósmico les convenía, pero a mí me dejaron con el ego por los suelos y una pizza para uno. ¿Cómo explican eso? Porque si eso era parte de un plan más grande… ¡pues que alguien me explique el plan!
Y uno más, antes de que me explote la cabeza: «La vida te da lo que puedes soportar». A ver, universo, estoy a un pelo de no soportar ni una llamada más de mi madre preguntándome si ya tengo pareja. ¿Dónde está el límite? Porque parece que el universo piensa que soy Hércules, pero en versión emocional. Yo ya no sé cómo se mide esto de «soportar». Quizás algunos días debería llevar un cartel en la frente que diga: «Hoy solo puedo soportar el tráfico, gracias».
Al final, lo que he aprendido es que los consejos no son más que suposiciones. Te los dan porque nadie sabe realmente qué está haciendo. Todos estamos aquí, tratando de no caernos mientras hacemos malabares con la vida, y de vez en cuando, alguien grita desde la otra esquina: «¡Oye, prueba con una mano!» Y tú lo pruebas… y tiras todo al suelo.
Así que sí, he decidido que los malos consejos son inevitables. Igual que las facturas y los lunes. Pero, ¿saben qué? Al menos me he hecho bueno en hacer malabares.
Bueno, más o menos.