¿Alguna vez te has preguntado qué pasa cuando cierras los ojos al dormir? No me refiero a los sueños, no. Me refiero a lo que ocurre en el mundo que dejas atrás, en la oscuridad, en ese pequeño espacio de tiempo en el que dejas de existir para el mundo consciente.
A veces creo que el sueño es solo una distracción. Algo que nos han vendido como necesario, para que no nos demos cuenta de lo que realmente sucede a nuestro alrededor cuando no estamos atentos.
Yo tenía una rutina. Dormía siempre a la misma hora, con la puerta del cuarto bien cerrada, porque… bueno, nunca me ha gustado la idea de dejar puertas abiertas en la oscuridad. No soy supersticioso, pero hay algo en las puertas abiertas que me inquieta. Como si fueran invitaciones… para algo.
Una noche, desperté de golpe. No porque hubiera escuchado un ruido, sino por algo más extraño. Silencio. Un silencio tan denso que era como si el mundo entero se hubiera detenido. Miré hacia la puerta. Estaba entreabierta. Lo supe porque un fino hilo de luz del pasillo se colaba en mi cuarto, iluminando lo suficiente para ver las sombras danzando en las paredes. Pero lo raro es que yo recordaba haber cerrado esa puerta. Siempre lo hacía.
Quise levantarme, pero el cuerpo no me respondía. Estaba congelado. Sentí que algo me observaba, desde la oscuridad, justo al otro lado de esa puerta. No lo veía, pero lo sabía. Es esa sensación que te invade cuando alguien te mira fijamente, como si su mirada quemara en la piel.
La puerta se abrió un poco más. El aire se volvió más frío, y el leve sonido de unos pasos llegó a mis oídos. Eran suaves, pero constantes, como si lo que fuera que se acercaba no quisiera hacer ruido, pero al mismo tiempo no le importaba si lo escuchaba. Lo sentí junto a mí, en la habitación, respirando despacio, como si estuviera disfrutando de mi miedo. Quería gritar, pero nada salía de mi boca.
Y entonces, una voz. No fuerte, no estridente. Solo un susurro. Apenas un aliento contra mi oído: «No cierres la puerta la próxima vez. No tiene sentido. Siempre puedo entrar.»
Y luego… nada. Me desperté de golpe, como si hubiera estado soñando, pero la puerta estaba abierta de par en par. Desde esa noche, siempre dejo la puerta abierta. No porque quiera, sino porque ya no tengo otra opción. Porque ya no estoy solo.
Así que, esta noche, cuando vayas a dormir, y sientas ese impulso de cerrar la puerta… piénsalo dos veces. Porque, aunque la cierres, si algo quiere entrar, lo hará. Y si no lo notas ahora… lo notarás luego.
Dulces sueños… si puedes.